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16.8.05

LA BESTIA, LOS SUEÑOS Y EL RELOJ

La mirada de una bestia sobre una colina azul. El parpadear de sus parpados en la oscura lluvia. El sonido de las goats que no se ven desde adentro. La ropa seca secándose. La televisión apagada reflejando una imagen. La falta de sueño y cigarillos sobre la mesa. La tranquilidad de un jueves por la noche. La constante mirada de las fotografías encerradas. Los colores que rodean la tenue luz. El cenicero, vacío, centrado en la mesa. La lluvia se apaga, la música comienza a caer. La colina es ahora verde, la bestia sigue observando. La brillante luz azul musical hiere sus ojos. Un perro rayado descanza a su lado. Una hoja escolar y un accesorio para el cabello develan la presencia de una niña en la casa. El parpadear se acelera, el sueño comienza a asomar, los cigarillos aún faltan. La imagen borrosa de una estrella se observa sobre el hueso sobresaliente. El estomago manifiesta sus sentimientos. Los largos silencios aceleran la mente, recordando y asi lastimando. Pero el corazón se resiste sin asi crear una diferente lluvia que tantas veces ha empapado a la triste bestia en noches como esta. La lapicera se apaga, la tinta deja de fluir, la música cesa, la tenue luz desaparece, los parpados realizan un ultimo movimiento.
Oscuridad absoluta. Silencio (no absoluto). Aun se puede oir el movimiento de la compleja maquinaria que da lugar al funcionamiento de la mente. Un nuevo sonido aparece: tic-tac, tic-tac. La mente se ve perturbada por este sonido, pero el mismo no caduce. Con la intención de hacer notar a la bestia la importancia del tiempo, el reloj, cuadrado y negro, intensifica el sonido. Al cabo de un tiempo el reloj calla, y la máquina ya no derrama pensamientos.
Un agudo grito explota en su cabeza. Le siguen otros. Se oyen las miles de pisadas de una docena de niños corriendo. La bestia ya no lo aguanta, quiere salir, pero no puede. Más gritos. Más pasos. Más dolor de cabeza. Para contener el dolor presiona con fuerza el puño izquierdo cerrado. La felicidad que la rodea la está matando. Al abrir la mano se encuentra con gotas de sudor que se derraman. Las risas continuan, acompañadas por llantos.
Un libro frente a sus ojos pide a gritos ser leído. La bestia lo toma entre sus manos, busca la esquina doblada, la halla y abre en la página treinta y ocho. Comienza a leer. Llega al final del primer párrafo sin poder recordar que es lo que decía. Desespera ante el aumento de los gritos, y las risas y los llantos. Cierra el libro, lanzándolo bruscamente sobre la mesa de una falsa madera. Nota la presencia de una lámina metálica circular en la mesa, lleva inscripto el número veinticuatro. “Veinticuatro horas en un día” se dice a si misma. Y tras recordar esto el irritante tic-tac del reloj penetra su oído izquierdo una vez más. Entre espadas, lanzas y palabras, un mariachi toma el valor para cubrir al reloj. La ropa arrugada, caliente y lisa, sobre una vaca alargada y fina, acompaña al mariachi en sus canciones de toros. Eso ve al mirar al frente y a su derecha, pero por la izquierda el panorama se tranquiliza. Se puede observar la presencia de un vidrio que encierra una pequeña llama amarilla, dando una sensación de calamidad a la habitación. El mariachi calla. El poco sol que penetraba las ventanas desaparece. La habitación se ve ahora iluminada por tan sólo la pequeña llama que descansa sobre la mesa. La bestia está ahora tranquila, disfrutando finalmente de un sueño sin gritos, sin risas, sin llantos, sin mariachis, y por sobre todo sin la presencia de la niña a quien pertenece el accesorio de pelo. Pero el tan deseado sueño tranquilo no dura lo que la bestia hubiese deseado. Voces, provenientes del exterior de su mente, llevan a los parpados a elevarse, develando asi los círculos azules que felizmente descansaban tras la oscuridad de los mismos. Cierra los ojos nuevamente e intenta ignorar las voces que la rodean. Pero no puede, ya que las voces la ignoran a ella aumentando desmedidamente su volumen. Cuando las voces se desvanecen la bestia logra concibir su sueño una vez más. Pero no perdura mucho tiempo ya que el tic-tac del cuadrado negro le recuerda una vez más la duración del día.
Empujada por las agujas eleva su pesado cuerpo deslizándolo hacia el cuarto blanco. De ahí se dirige a su sector favorito de la casa. Derrama los pequeños anillitos y deja caer dentro de cada agujero el líquido blanco proveniente de su alargado recipiente. Luego toma un pocillo dentro del cual se prepara un café. El café que en pie la mantiene las próximas horas. El resto del día es insignificante. Camina, se recuesta, en el sillón, en la cama, en el piso, en el pasto. Todo eso le agrada, pero le aburre, busca cambios pero no los halla. Disfruta del sol, de la gente, del aire caliente, y del frío y la lluvia también. Pero sin importar cuanto disfrute de esto no se halla satisfecha. En fin, el día pasa, cumple sus responsabilidades: observar la caja mágica, hacerse pasar por mujeres de veinte centimetros de alto pero con un cuerpo pefecto, cocinar, regañar, y finalmente “tuck in”. Tras realizar todo esto la bestia se encuentra una vez más observando y oyendo desde su colina azul. Ropa seca secándose. Marlboro lights sobre la mesa. Cenicero con cenizas. Todo igual pero distinto, en especial por una cosa. La bestia se ve deprimida por esta cosa. Música. Aquello que generalmente le ayuda, hoy la destruye. La razon: sus ojos no se encuentran heridos por aquella luz azul musical. Penetra las ventanas. Proviene del piso inferior, del 12. Tristeza y envidia son los sentimientos que se apoderan de si. Nada puede hacer al respecto, o al menos nada para lo cual tenga las agallas.
Tras sufrir durante un período de una hora y cuarenta y cinco minutos la bestia finalmente logra concibir aquello que tanto anhela durante todo el día. Una vez más un sueño tranquilo, sin niños, sin gritos, sólo el silencio de una tarde de lluvia, que junto con el sol forma el maravilloso arco de colores.

1 comment:

Anonymous said...

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