5.8.05
Escritor escrito
Hojeaba un libro azarosamente elegido entre la mirada ansiosa de tantos otros. La enorme sala de ficción se encontraba habitada no más que por tres más de los míos. Dos muchachos, ubicados en una esquina, que interrumpían el silencio con risas provocadas, al parecer, por uno de aquellos tantos libros. Y una mujer, sentada en la otra punta de la larga mesa que yo ocupaba, cuya concentración era tal que las risas no parecían perturbarla en lo más mínimo. Me quedé mirándola, largo rato. Llevaba puesta una blusa blanca cuyo botón superior se encontraba desabrochado lo cual permitía, debido a su inclinación sobre la mesa, una pequeña visión de sus pechos. Los mismos no eran grandes, pero tampoco chicos, tenían aquel tamaño perfecto con el que toda mujer debería cargar. Su cara era ciertamente hermosa, aunque la posición de su cuerpo y la de su cabeza no me permitían verla, pero yo sé que era ciertamente hermosa. Y sus ojos, por dios ¡qué ojos! El sólo imaginármelos me provoca una inmensa envidia hacia aquellas palabras que deboraban con tanto interés. Pensar nomás en aquel libro, sus tapas y hojas, genera en mi una envidia aún mayor. Hasta el día de hoy sueño con aquellas manos, con aquella suavidad con la que tornaban las hojas, sueño con las caricias que recibían esas tapas. Desde aquella silenciosa tarde de carcajadas mi mayor deseo ha dejado de ser el de ser escritor para ser el de ser escrito y por ende leído, como aquel libro.
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1 comment:
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